Sentado frente a la máquina de escribir Kramer dejaba que sus manos galoparan libremente sobre las teclas, sin saber exactamente a dónde lo conducirían las palabras que iban salpicando la superficie del papel. Sentía un texto poderoso correrle por las venas y dejaba que sus ideas salieran como por la válvula de una olla express. Creía que por fin podría cumplir su máximo anhelo, dejar el alma y la sangre sobre lo que escribía.
De pronto una cosquilla picante se le alojó en el brazo. Interrumpió el frenético ritmo que llevaba y se rascó. Se acomodó los lentes y siguió escribiendo sin darle mayor importancia al asunto. La siguiente punzada lo atacó en la rodilla, con tal saña que necesitó bajarse los pantalones para poder rascarse a gusto. La luz escaseaba, así que se paró a encender la lámpara con los pantalones en los tobillos; luego continuó acribillando a la cuartilla en cuestión.
Extasiado contemplaba cómo sus manos hacían que las letras se estrellaran contra la página como gotas de lluvia sobre techos de lámina. La diversión se cortó en seco cuando sintió un escalofrío, necesitó estirar ambas manos hacia la espalda, tratando de rascarse la maldita comezón que sentía. Siguió siendo aguijoneado por el picor hasta que debió alternar los dedos de una mano sobre las teclas y las uñas de la otra sobre su epidermis.
Un escozor terrible le recorrió de los pulgares a las ingles, como si cientos de cucarachas con patas afiladísimas le caminaran bajo los poros. Kramer comprendió entonces que se trataba de su novela. Era de una intensidad tal que la tinta no sería suficiente para plasmarla, y se lo estaba exigiendo.
De pronto una cosquilla picante se le alojó en el brazo. Interrumpió el frenético ritmo que llevaba y se rascó. Se acomodó los lentes y siguió escribiendo sin darle mayor importancia al asunto. La siguiente punzada lo atacó en la rodilla, con tal saña que necesitó bajarse los pantalones para poder rascarse a gusto. La luz escaseaba, así que se paró a encender la lámpara con los pantalones en los tobillos; luego continuó acribillando a la cuartilla en cuestión.
Extasiado contemplaba cómo sus manos hacían que las letras se estrellaran contra la página como gotas de lluvia sobre techos de lámina. La diversión se cortó en seco cuando sintió un escalofrío, necesitó estirar ambas manos hacia la espalda, tratando de rascarse la maldita comezón que sentía. Siguió siendo aguijoneado por el picor hasta que debió alternar los dedos de una mano sobre las teclas y las uñas de la otra sobre su epidermis.
Un escozor terrible le recorrió de los pulgares a las ingles, como si cientos de cucarachas con patas afiladísimas le caminaran bajo los poros. Kramer comprendió entonces que se trataba de su novela. Era de una intensidad tal que la tinta no sería suficiente para plasmarla, y se lo estaba exigiendo.
Empezó a rascarse todo el cuerpo con la desesperación febril que unos momentos antes lo poseía al escribir, hasta que una primera gota brotó acompañada de un alivio casi orgásmico.
Su máximo sueño se había cumplido y sonreía, aunque su madre no lo comprendió cuando a la mañana siguiente lo encontró desollado sobre su máquina de escribir.
Kramer
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